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Infancía entre Arboles.

12/07/2007

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Quisiera correr en un campo verde, como cuando veia la gran extensión de terreno en la finca de mis abuelos. Todo era perfecto. Levantarme en las mañanas, cuando aún no me preocupaba que ropa debia ponerme, ni de que lado debia llevar el pelo, mucho menos si habia pagado el celular, ni preocuparme por revisar un eMail.
Actualmente, mis abuelos paternos están muertos: Tina & Ciano, los extraño.
De esos recuerdos, solo recuerdos quedan.
Recuerdo la noche entre cuentos inocentes, las oraciones del rosario a las 6pm, una olla hirviendo llena de plátanos y un sartén en el fogón contiguo, con manteca caliente. En una esquina de la pequeña cocina, un saco lleno de aguacates maduros, y colgando sobre el fogón de barro, un racimo de guineos que se maduraban con el vapor del trajín diario en los afanes de cocer alimentos.
Al mediodía, escuchar la radio-novela de Kalimán en HIBI Radio, y más tarde, otro ´culebrón´ radial en Radio Santa Maria, no me dejan mentir, al respecto de que mi pasión por la Radio se inició en un campo (olvidado por muchos), en San Francisco de Macoris, República Dominicana: La Malena.
Las madrugadas en un establo viejo y desvencijado, con las voces a lo lejos de los peones que cortaban cacao, me hicieron perderle el miedo a las vacas que rumiaban entre cada ´chiguete´ de leche que caia en una cubeta de aluminio. Lo mejor venia después, cuando una taza espumante y humeante, formaba la nata en su superficie, para así poder jugar a quién lograba darse un sorbo despacio, sin que esa sustancia amarillenta se nos adhiriera a la nariz. Nunca pude ganar. Me atollaba las fosas nasales con todo y labios quemados.
Los día de recolecta de café, me preguntaba que era esa cosa fea y negruzca que se le quedaba al fruto de los cafetales, y que hacía que tuvieramos que botar casi medio cajón en la despulpadora. Era la broca del café. El cáncer del elixir de los dioses.
Pero nunca olvidaré las historias de terror y pánico que mis tios contaban, sobre leyendas rurales: caballos que venían corriendo de casa en casa, bajando por las ´jardas´ de los matorrales; o aquella historia de las monjas que aguardaban el paso de los campesinos a altas horas de las noche al lado de una amapola; sin dejar pasar el cuento del niño perdido que al ser recogido por algún jinete desperdigado en la noche de los tiempos, este tenia la facultad de hacer crecer sus brazos. Tan largos, que el caballo no podia con el peso de los mismos. Eso me aterraba, pero me  fascinaba. Solo escuchando esas historias, pude sentir por primera vez, el pudor aún intacto de unos senos vírgenes, cuya dueña apretaba mi manita contra su pecho, todo para que yo no sintiera el pávor de la anécdota horripilante; sino todo lo contrario: el látir de su temor a través de su respiración agitada (aún recuerdo esas noches).
Algo parecido ocurrió con mi primer beso: al lado de la plataforma de secar cacao, existía una especie de granero. Una tarde, durante la tarea de fumigación, corrí despavorido por el ruido de la fumigadora hacía la casa grande, y posteriormente a la habitación de Abuela. Allí me esperaba una chica, que triplicando mi edad y sin reparar en ello, me tomó entre sus brazos y me dijo que no había porque asustarse. Si Abuela Tina lo hubiese sabido, la manda a ex comulgar al Vaticano, no tanto porque todo ocurrió en su lecho, sino porque los labios de la chica mojaron los mios, ante la imagen de San Martín de Porres. Todo una salvajada!
Años después pude reconocer a esa chica, precisamente en el funeral de Abuela. Estaba marchita, luego de sufrir la odisea de dos partos. Pero pude adivinar que era ella, gracias a la suavidad de sus palabras al saludarme: mantenía el roce claro de las palabras, tal cuál la ternura de sus labios de esa tarde en la cama de Abuela.
No lamento tener una memoria prodigiosa. Creo que es lo único de lo que mi modestia se vanagloria.
Así podría escribir cientos de páginas, describiendo a las personas y hechos que me forjaron como ser humano.

Actualmente, vivo en un ambiente cuyo principal eje es el ´yo´.
Pero YO, no me guio de ello.

Agradezco ser criado, conociendo que la vida no es tan solo que te conozcan por lo que tienes, sino por lo que eres. Lo que hayas vivido, lo que hayas experimentado, lo que que te haya marcado.
Creo en eso.

pb