
Un día, todo se fue a la mierda en Quisqueya la embarrada. No fue a causa de un terremoto, ni del calentamiento global; mucho menos por la ´deuda eterna´ o algún político; aunque quizá a estos últimos metieron su mano para ver si les caía algo, como un maná mediático patrocinado por el norte.
Esa mañana, no había salido publicado ningún periódico; la estática se hizo presente en las ondas de radio y tv; aunque miles de carros estuviesen transitando por las calles de Santo Domingo, no se vio a ningún vendedor de tarjetas de llamadas, perros, musú para fregar o bañarse. Tampoco hubo conductor que pronunciara 4 mala palabras compuestas, ante un niño
aspirante a presidente, con una esponja en la mano, listo para limpiar el cristal de cualquier vehículo.
Al mediodía de ese día, solo equiparable con días festivos como un 27 de Febrero o un 16 de Mayo, no hubo quien se preocupara por averiguar si había llegado el agua o la luz, o si en tal plaza habría Wi-Fi para continuar la conversación vía Blackberry, con la persona que se tenía en frente. El sol, durante su trayecto por Quisqueya la desencajada, calentaba las aguas que bañan los malecones desde Puerto Plata hasta San Cristóbal, regresando de vuelta y olvidando seguir su curso hasta el profundo sur, el cuál es siempre echado a un lado, pero también existe.
Esa tarde del día, cuando todo se llenó de pupú ´en la más hermosa tierra que ojos hayan visto; en los campos, las vacas se habrían ordeñado solas y los bueyes no tuvieron que esperar Corpus Christi: descansaron como Dios al 7mo día. El campo se mecía solo con la brisa empujada por sus valles y cordilleras.
La noche cayó como la ropa de una mega diva en la cama de un ´Turpén´. En todo el territorio, nadie se preocupo por las horas pico, con el afán de ´Los Dueños del País´ de Fenatrano, Conatra y la 8va plaga del Egipto en el Caribe, conocida como los nuevos taxis amarillos.
En fin, que República Dominicana se había quedado sin gente. Una soledad total se expandía por los 48 mil km cuadrados del hogar de Duarte. Y claro, botín de Pedro Santana y Trujillo.
La alarma fue a nivel mundial. Solo los familiares en el extranjero, de los 9 millones de dominicanos, se preocuparon por pocas horas.
El misterio quedo resuelto luego de cientos de llamadas a celulares, ya que en Quisqueya la abandonada, nadie respondía teléfonos residenciales ni de oficina.
Aunque la última llamada respondida desde un teléfono fijo, la realizó un piloto de avioneta desde el AILA, quién luego de ponerle candado al país, y cerrar los toldos de nuestras playas; partimos con destino a Puerto Príncipe donde nos esperaba una nueva patria, llena de bonanza y muchas esperanzas, depositadas en varias cuentas en Suiza, producto de las recaudaciones y donativos, para los afectados del terremoto que sacudió a esa otra media isla: Haití.
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